martes, 10 de febrero de 2015

Idir

No recuerdo el día que conocí a Idir. Fue poco después de llegar al albergue, una noche que él trabajaba. Puede ser que yo estuviese en la cocina y oyese una voz al fondo, en recepción, contando alguna anécdota con bastante ímpetu y sin concesiones, criticando algún comportamiento o haciendo un chiste ácido. Cualquiera de estas opciones es válida y probable, porque fue la escena que más se repitió durante tres o cuatro noches semanales a lo largo de mis primeros seis meses allí.
Idir era recepcionista nocturno. No sé si ocupaba ese puesto por casualidad o había algo de premeditado en la decisión de tener a un chavalote de origen magrebí, lo suficientemente cachas y malhumorado como para plantarle cara a cualquier quinqui barriobajero, velando el sueño de los huéspedes. Hijo de padre argelino y madre marroquí llegados a Bruselas antes de su nacimiento, este chico de 29 años era el mayor de los dos vástagos del matrimonio y acababa de casarse el verano anterior. 

Las noches en el albergue podían no tener fin. A veces era la responsabilidad de saber que al día siguiente tendría que estar a las 7 en planta lo que me animaba a subir. Subir a mi cuarto, claro, que estaba en el último piso de un edificio de tres. Los primeros seis meses que pasé en Molenbeek ocupé la habitación más grande del hospedaje, pero a pesar de que era cálida y confortable —con un enorme armario de madera de pino en el que entraron dos maletas y del que salieron tres—, evitaba estar allí el mayor tiempo posible; así que cuando trabajaba de tarde y terminaba sobre las 10 o las 11 de la noche, el ajetreo continuaba en recepción, por donde pasaban a diario más de un centenar de clientes de todo origen y condición. Porque a pesar de tener la denominación oficial de "auberge de jeunesse" (albergue de juventud), este alojamiento era a veces más frecuentado por hombres de vidas atribuladas que por jóvenes mochileros. 

Dicen que las grandes confesiones, o al menos esas que nos hierven el interior, se hacen por la noche, al calor de una copa de vino. Fuera con vino o un café con leche, algo tenía Idir que atraía al interlocutor; tal vez una empatía natural, nacida de una capacidad para ver las situaciones sin visillos y fomentada por haber pasado su infancia y adolescencia lidiando con la morralla de su barrio, uno de los más conflictivos de Bruselas. "Cuando creces en un barrio como el mío —me dijo una vez—, tienes dos opciones: convertirte en uno de ellos o hacerte hombre antes de tiempo, tu vois? ". Oui, je vois. Así que no era raro encontrarlo detrás del mostrador escuchando paciente y amable las vicisitudes de cualquier desarraigado insomne que pasase por allí. Era comprensivo con los desgraciados e implacable con los injustos, y yo, no sé si por reminiscencias de adolescencia o exigencias del guión, me quedaba por las noches escuchando con curiosidad antropológica las conversaciones que él mantenía con los clientes solitarios.  

Recuerdo una ocasión en la que aparecieron por el albergue un grupo de boy scouts franceses, ya entrados en la cincuentena o más, que venían a pasar el fin de semana a Bruselas. Más que boy scouts, los señores debían de ser una pandilla de amigos de algún club de algo —aunque tenían toda la pinta de ir a salir de caza— con ganas de correrse una buena juerga lejos de sus respectivas. Claro, elegir como centro de hospedaje un albergue para jóvenes cuando has superado los 35 habla o de tu carácter o de tu bolsillo, pero en un alto porcentaje de los casos, lo primero prevalece. El caso es que los susodichos recalaron por allí el viernes por la tarde, ya no de muy buenas formas, exigiendo un cuarto común para todos los que eran y sin mezclarse con otros inquilinos. La anécdota habría pasado sin pena ni gloria si no fuese porque al día siguiente, mientras apuraban los últimos tragos de vino ahítos de alcohol, surgió, cómo no, el tema político. 

Faltaban unos días para las elecciones presidenciales francesas del 2012 y en la Bélgica francófona se seguían los debates con tanto entusiasmo como si fuesen las suyas —o más—. No había duda de quién llegaría a la segunda vuelta; en Francia, como en España, no se habían puesto todavía grandes zancadillas a la alternancia de poder, y sólo de fondo se oía como un rumor cada vez más persistente un nombre de mujer, el de la hija de uno de los baluartes de la extrema derecha gala que ya no necesitaba, sin embargo, amparo paterno: Marine Le Pen. 
No sé cuál fue el elemento detonador, pero en un momento dado todo explotó y oí a Idir decir a uno de los franceses, un hombre moreno, alto y rudo, de media melena y bigote poblado a la imagen de los vaqueros de western hollywoodiense, que lo iba a echar del albergue y que tendría que pasar la noche en otro lugar; que entre sus atribuciones estaba la de no aceptar comportamientos oprobiosos ni comentarios racistas, cualesquiera que fuesen sus motivos, y mucho menos contra su persona. La disputa había comenzado, al parecer, por una bebida alcohólica que Idir se negó a servir advirtiendo el creciente estado de ebriedad del interfecto y su carácter cada vez más irascible. Ante la negativa del recepcionista convertido a camarero, el hombre debió de comenzar a proferir todo tipo de improperios que no pudieron obviar el tema racial: "Savez-vous pourquoi je veux que Marine Le Pen gagne les élections ? Pour nettoyer la France des gens comme vous" (¿Sabe por qué quiero que Marine Le Pen gane las elecciones? Para limpiar a Francia de gente como usted). Y no le pudo decir peor cosa, porque de pronto vi a un Idir furioso levantarse de su sillón, abalanzarse sobre el mostrador y, en un tono de voz más elevado de lo habitual, con su correspondiente gesto de mano, conminarlo a irse de allí. El francés opuso resistencia e incluso amagó con responder por la fuerza, pero pronto aparecieron sus camaradas para disuadirlo. 
Con ellos venía una mujer extraña que llevaba unos días hospedándose en el albergue. Gustaba de hablar de Dios, decía que tenía una suerte de misión en la vida, no sé si con finalidades mesiánicas o sólo para paliar sus cuitas existenciales. Lo cierto es que la señora, en edad madura también, no pasó desapercibida a los ojos del francés lenguaraz que dos minutos antes se había acordado de todos los moros de Idir, y fue ella la que consiguió llevárselo a un aparte con voz melosa y dulcificarle —al menos temporalmente– el genio. 

Idir pasó el resto de la noche de mal humor. La verdad es que la grosería del gabacho no pudo elegir peor destinatario para sus impertinencias; no sólo por lo imprudente del comentario, sino por lo injusto del mismo al confundir continente con contenido. Al día siguiente, cuando me levanté para trabajar en el comedor en el turno matutino, todavía estaba recordando el incidente: pensaba presentar una queja ante el gerente e impedir a ese cliente alojarse de nuevo allí. Sus compañeros, yo entre otros, lo animábamos a relajarse e irse a dormir después de una madrugada entera trabajando. 

Por el restaurante pasaron a primera hora los franceses en fila para tomar el desayuno. No los acompañaba su miembro bocazas, que apareció después acompañado por la mujer que hablaba de Dios. Los primeros se sentaron en grupo y, los segundos, juntos y en un ensimismamiento recíproco, a una mesa donde no había nadie más. Los que estábamos al otro lado del lavavajillas, entre lavado y secado, echábamos un ojo al exterior y a veces nos sonreíamos. Bueno, algunos, porque otros preferían el piar del guasap al cotilleo de viva voz de toda la vida. 

Luego se fueron, los franceses, la enviada del Señor y otros clientes. Como me fui yo y nos fuimos todos tarde o temprano. El domingo pasó y días después, las elecciones francesas, que Marine Le Pen no ganó en esa ocasión. 


También se fue Idir unos meses más tarde. La última vez que lo vi todavía no había nacido su hija, una niña de pelo rizado que sale ahora con él en su foto de perfil de Facebook. Había dejado el albergue poco antes para buscar otro empleo que le permitiese estar más tiempo con su familia y ocuparse personalmente del cuidado que la criatura. Luego le escribí alguna vez, para felicitarlo cuando fue padre o preguntarle por su nueva vida junto al bebé. Siempre me contestó amable y distante a la vez, como musulmán casado que es, o tal vez porque es virgo y no le gustan las alharacas. Supongo que sigue en Bruselas; quizá algún día nos crucemos por la calle. 

sábado, 31 de enero de 2015

Yamal

Hace unos días recibí una llamada inesperada en la radio. Contestó David: "Allo?", y al cabo de un rato le oí decir, ¿Yamal?, a lo que siguió un "Irene, es para ti". 
Cogí el teléfono entre sorprendida y gratificada por un detalle con el que no contaba. Curiosamente, días atrás me había acordado de él, de cuando me llamó al albergue, ya después de haberse ido, diciéndome que volvería, y que me traería un jamón. "O una colonia, Irene, ¿qué prefieres?". Yo le decía que no quería nada, que qué iba a querer, por favor, y menos jamón, ¿dónde lo iba a meter? Pero Yamal no había vuelto en aquella ocasión, y sólo ahora, tres años después, tenía otra vez noticias suyas. 
"Te estuve llamando a tu móvil, pero me salía una voz diciendo que ya no existe". "No, qué va, es que ese me lo robaron hace tiempo y por no esperar, cogí una tarjeta con otro número, apunta". Quedamos en vernos la semana pasada, así que el martes, después del gimnasio, me acerqué a la Bolsa. Nos vimos pronto, yo lo reconocí, no había cambiado, incluso había rejuvenecido. "Si no me hablas, no sé que eres tú, estás más delgada". "Sí, es verdad, y tú tienes mejor cara, te ha sentado bien España". Y me estuvo contando: al dejar Alemania había recalado en Bruselas buscando un trabajo que no llegaba. Se hospedaba entonces en el albergue, donde me conoció a mí, pero no acababa de encajar en un país en el que no hablaba el idioma y donde los pocos contactos que tenía eran marroquíes con los que no quería trabajar. Se había ido al cabo de un tiempo, sin ganas, tal vez deprimido por un ambiente al que no era fácil adaptarse. Después de haber viajado por España entera y Marruecos, entre vacaciones y algún trabajo en la hostelería que le salía, ahora quería irse a Manchester; mientras espera, cuestión de contratos o de no sé qué problema con el contratista, ha venido a Bruselas buscando, quizás, otra oportunidad. 
"Yo no esperaba encontrarte aquí; estaba convencido de que te habrías ido ya". "Bueno, me contrataron en la radio y aquí sigo. Tú sabes que yo había venido con una beca; luego surgió la oportunidad de trabajar y de momento estoy bien". Pero cuéntame, le digo, cómo diste conmigo. Sonríe, ¡ay! Sabía que ibas a querer saber. Ja, me río, claro; alguien te dijo dónde estaba. "Volví al albergue, comienza, allí estaba Félix", "Philippe", "eso, Philippe. Bueno, el caso es que llegué y le dije 'Irene y Rocío ¿ya se han ido'? 'Sí, me respondió, hace mucho tiempo'. Vi que no tenía más gana de hablar, así que esa noche no insistí". 
En el bar Zebra de la plaza Sainte-Géry nos pedimos, yo, un té a la menta, y él, una cerveza Kriek, "¿pero tú bebes alcohol?", se sonríe, Irene… "Venga, sigue contando". "Al día siguiente estaba JF en recepción. Volví a preguntar: '¿Irene, sabes dónde está?' Fue él quien me dijo que trabajabas en Radio Alma; me apuntó la dirección, busqué en Internet y llamé". Me alegro de verte, me dijo, de verdad pensaba que ya no estarías aquí. Aquí la gente viene y va, y los jóvenes no aguantan mucho. "Ya, bueno, los jóvenes no aguantan mucho, pero cuando te das cuenta ya ha pasado la juventud y aquí sigues, anyway". 
Cuando estábamos en el albergue, Yamal se llevaba bien con Idir. Con él hablaba su otra lengua, o quizá su lengua, el tamazight, bereber, y supongo que entre ambos se establecía un código al que los demás no teníamos acceso. La noche que Idir trabajaba, creo que Yamal se sentía menos solo. 
A veces, por ignorancia, yo pensaba que, viviendo en Molenbeek, Yamal no se podría sentir tan fuera de lugar. "Pero yo soy español", volvió a decirme el martes mientras mi té se enfriaba, "y yo de estos no me fío, Irene. ¿De mis paisanos? Yo no quiero saber nada". Además él no habla árabe, tampoco francés, por lo que no le resultará tan sencilla una comunicación con "sus paisanos" marroquíes. "Ahora busco un piso, a ser posible con españoles, pero aquí no es fácil. La gente tiene más prejuicios, ¿verdad?". 
Luego nos sirvieron una porción de fromage y recordamos viejos tiempos: Damián, un buen chico; Khalid, "que en cuanto hubo arreglado lo suyo, desapareció". Y Rocío, ¿sabes algo? Sigue en Bruselas, la vi un día, me hice la tonta, supongo que ella también. "¿Os acabasteis llevando mal?". No, para nada, simplemente… "Ya". 


"El jueves me voy a Melilla;  volveré la semana que viene, ¿quieres que te traiga algo?". Me río, Yamal, qué me vas a traer. "No sé, una colonia… ¡o un jamón!". Bueno, haz como quieras, no insisto, si apareces por aquí con el jamón… "Te traeré un jamón". 

lunes, 7 de noviembre de 2011

Non somos inocentes

O sábado, mentres agardaba o autobús para ir a Ourense sentada na cafetería da estación da Coruña, pedín un café e un xornal para facer amena a espera. Collín La Voz de Galicia, por costume e porque poñer cara aos nomes que asinan fai máis entretida a información. Así que comecei pola contra, onde estaba a columna de Paco Sánchez, que non é información nin artigo, senón relato de vida. Baixo o título de Culparás al otro, Paco falaba da facilidade con que a día de hoxe se eluden responsabilidades e se tentan atribuir desventuras propias a circunstancias ou persoas alleas. Curiosamente, as victorias sempre son dun, iso si. Efectivamente, todos oímos ou dixemos algunha vez iso de "la profe me tiene manía", "yo no fui", "es que fulanito me dijo que...". Todos fomos nenos algunha vez, pero tamén medramos e aprendimos a elixir, a atinar, a errar e a rectificar, e a asumir as consecuencias das nosas decisións e dos nosos actos, ou deberíamos; aínda que para iso, foi necesario unha educación, un educador, un pai, un mentor que nos sinalase o camiño e nos ensinase a andar sós, como os rodíns axudan ao meniño a montar en bicicleta.
Parece que ese concepto de educación global para a vida desaparece agora en prol dun deixar facer tedioso que exime, curiosamente, de asumir as consecuencias do que se fai.
Continuei lendo cara atrás e na sección de sociedade, nunha marxe, adobiado coa foto pertinente, informábase de que a DGT multara á distribuidora do filme Larry Crowne porque o seu cartaz, no que se ve a Tom Hanks e a Julia Roberts moi sorrintes sobre unha motocicleta, "incita a ir en moto sen casco". Vaia, á marxe do afán recadatorio da multiña de turno, cabe pensar na mojigatería do país no que vivimos, con esa censura recén inventada do politicamente correcto. Supoño que se ao ministerio x se lle ocorrese prohibir as escenas de sexo en series para adolescentes, non faltarían asociacións de pseudoindignados clamando pola liberdade de expresión e en contra da censura tardofranquista, que el sexo es sano y lo que importa es hacerlo con precaución, y si no, pues a abortar y listo. Pero resulta que Tom Hanks e Julia Roberts van en moto sen casco e como a xente é parva e os mortos de cada semana en accidentes non abondan para poñer sentidiño sobre as nosas cabezas, a falta de casco boas son as sancións da santa DGT para velar pola nosa seguridade.
Pasaban os minutos, e mentres o café arrefriaba lembreime dunha das primeiras reportaxes que fixen este ano a propósito da lei antitabaco. Claro, unha reportaxe televisiva precisa de imaxes, pero resulta que agora non podiamos sacar a xente fumando porque a lei dicía que só se podía ver tabaco nos programas de ficción. Así que nada, a gravar xente dentro dos bares, onde ninguén fumaba xa, e os que estaban fóra botando o pitillo, pois a sacalos de costas, insinuando o que facían pero sen deixar ver... para non incitar ao espectador. Vaia.
En conclusión, que se un se mata por ir mangado, coas rodas gastadas e sen casco na moto, a culpa é da película de Tom Hanks; se acabas con bronquite crónica ou cousas peores despois de trinta anos fumando, a culpa é de José Luis Garci, Santiago Carrillo e de todos os pobres fumadores que saíron nos telexornais españois sen comelo nin bebelo ata que entrou en vigor a bendita lei. E se un home morre despois de caer ao chan ao recibir unha bofetada, pois a culpa é del por meterse onde non o chaman e nada ten que ver o energúmeno que reacciona de xeito desproporcionado e violento perante o que non era unha agresión; liberdade con cargos para este e a outra cousa.
A corrupción política, tan impune tantas veces, é a mostra máis flagrante desta irresponsabilidade colectiva que nos abre as portas ao caos e á falta de civismo, coma se non nos percatásemos de que ser responsables nos fai máis xustos e máis libres.

P.S: Tal vez iso é o que pretenden os pais que xustifican todo o que fan os seus fillos e os politiquiños que pretenden eximir de responsabilidade/culpa ao cidadán (a algún cidadán): facérense omnipotentes mentres debilitan e infantilizan ao outro. A condescendencia como alimento da pusilanimidade.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Rematou a sequía?

Parece que si, que coas choivas destes días, que chegaron en forma de temporal con alertas (Meteogalicia non descansa e o meu compañeiro Xavier Fonseca debe de estar traballando arreo para dar explicación a tanto fenómeno), o medo que había pola carencia de auga comeza a amainar (agora que as que non amainan son as precipitacións).
Certamente, este ano foi atípico, non polo mal tempo do verán, que xa explicou Pemán que era o normal nesta terriña nosa, senón pola seca que chegou a deixar algúns embalses practicamente secos (o de Bahíña, en Baiona, chegou a estar por baixo do 14%) e moitas zonas como a propia Baiona, Vigo, Ames ou Ourense con graves problemas de abastecemento. O agro, máis unha vez, foi un dos grandes damnificados dunha seca que obrigou a moitos traballadores do sector a tirar doutros recursos para superaren as consecuencias das veleidades meteorolóxicas.
A mediados de setembro, nun momento no que seguiamos agardando unhas choivas que aínda tardarían un mes en chegar, decidimos facer balance da situación e plantexámonos dúas preguntas: por que sufrimos a sequía e como podemos paliala. Na procura de respostas, Mila concertou unha cita co director de Augas de Galicia, Francisco Menéndez, e Senén e máis eu achegámonos a entrevistalo para saber un pouco máis sobre esta realidade. En resumo, velaí as conclusións:
Galicia ten un subsolo granítico que mal absorbe a auga recibida: só do 10 ao 30% da auga da chuvia está no subterráneo. Dela aprovisiónanse pequenos núcleos urbanos, moitas vivendas unifamiliares e bastantes empresas industriais. É difícil cuantificar a cantidade de auga acumulada na terra, pero é que ademais de non ser moita, a canalización é deficiente, polo que en moitos concellos, as redes de abastecemento sofren fugas de auga que nunca vai ser aproveitada. A este respecto, preguntámoslle a Francisco Menéndez sobre o novo Plan Hidrolóxico, que procura "o control de fugas e perdas de auga en redes de abastecemento", a través dun "sistema de detección que van aplicando os concellos que teñen medios". O novo regulamento, que non entrou aínda en vigor, propón tamén mellorar a calidade do recurso de xeito que isto repercuta no seu aproveitamento. Como contempla tamén o Plan Auga, aprobado no 2010, e como salienta Menéndez, é necesario establecer criterios sanitarios, como a prevención e redución da contaminación para que "sexan mellores os usos que os humanos lle dan á auga".
A poboación dispersa de Galicia e a actividade agraria son factores que influén tamén no maior consumo. Ademais, espérase que de aquí a 15 anos haxa un 20% máis de poboación, así que a racionalidade perante próximos períodos de seca faise se cabe máis apremiante.
O trasvase de auga entre ríos, como o do Verdugo ao Oitavén, para garante do suministro na comarca de Vigo, é outro dos recursos dos que se bota man nestes tempos, pero hai que considerar que o 98% da auga destas correntes emprégase para xerar enerxía, co cal, non é estraño pensar que tal vez fagan falta outras medidas máis eficientes.
No entanto, o canon da auga continúa a xerar controversia, mais quizais nos axude a ser conscientes da necesidade de aforrar.

P.S: No enlace, a reportaxe televisada.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Galicia. O campo. A titularidade compartida

A primeiros de mes entraba en vigor a Lei de Titularidade Compartida, que outorga ás parellas que rexentan unha explotación agrícola os mesmos dereitos en canto á súa xestión. Digo dereitos, porque os deberes adoitan estar equiparados nestes casos; todos coñecemos familias enteiras que viven do agro e dedican case todo o día e parte da noite aos seus labores, porén, a potestade para tomar decisións e recibir beneficios cae normalmente sobre unha única persoa.
Poñendo cifras, en España, o 71% dos titulares destas empresas son homes e o 82% das mulleres que traballan no campo fano en calidade de "axudantes". En Galicia, en números redondos, son unhas 35 mil as que están nesta situación.
O Consello de Ministros aprobaba a finais de maio o proxecto desta nova lei, e no mes de xullo era o Congreso o que ratificaba a proposta. En Vtelevisión decidiuse daquela gravar unha breve reportaxe sobre o tema, así que o Senén e máis eu achegámonos a unha granxa bovina de Trazo para coñecer o caso dun matrimonio que optou hai xa catro anos por este tipo de propiedade.
A protagonista chámase aquí Feli Mato, unha muller que deixou o seu traballo na cidade para atender xunto co home a granxa herdada dos pais deste. Iso foi hai 17 anos, e desde entón, os dous sacan adiante o negocio. Pero a administración só a levaba el: vendas de produto, facturas, dereitos para recibir axudas, capacidade de representación... "Se pagamos o seguro os dous, é lóxico que os beneficios sexan dos dous", plantexouse un día Feli, e decidiron entón rexistrarse como cotitulares.
A nova lei ofrece tres opcións: a constitución dunha sociedade limitada, a creación dunha unidade económica inscrita no Rexistro de Titularidade Compartida, ou o recoñecemento de dereitos económicos como gratificación pola actividade. Feli optou no seu momento por inscribirse como cotitular, pero antes da aprobación da norma actual, non vía recoñecida a súa participación e, a efectos legais, o único propietario seguía a ser el.
Coa nova lei, as subvencións repartiranse ao 50% e os cotitulares poderán facer a declaración da renda de xeito individual. Asemade, como sinalou Isabel Vilalba, responsable da Secretaría das Mulleres do Sindicato Labrego Galego, "cando (a explotación) recibe unha retribución económica, como a factura que fai unha leitería, irá a nome tamén dese titular". Outros dereitos como a plantación de vides ou a concesión de cota láctea "tamén lle serán recoñecidos".
Ao non verse compensada na súa calidade de propietaria, Feli plantexouse no seu momento crear unha sociedade limitada. Tal vez agora xa non sexa necesario.

P.S: Unhas 400 mil mulleres en toda España traballan nas explotacións familiares como cónxuxes ou fillas. Unhas 35 mil en Galicia. O Ministerio calcula que unhas cen mil se poderán beneficiar coa nova lei. O tema, que deu para debatir, coma sempre, na viaxe de volta, queda aquí resumido nunha breve reportaxe que tal vez lles interese.


miércoles, 7 de septiembre de 2011

Tempo de silencio (primeira parte)

Por motivos do guión, o outro sábado estiven en Parga cuns amigos que había tempo que non vía. A un aínda o vexo de cando en vez, algún luns de verán no que, sorteando as pantasmas dunha vila que foi, tomo algo con el no bar no que traballa se os catro paisanos que pasan alí as últimas horas do día non reclaman demasiada atención. O outro non o vira desde o Nadal, anda traballando por fóra e vén á casa de cando en vez.
Traballar por fóra xa non ten agora o mesmo significado que tiña hai trinta ou cincuenta anos; para moitos é unha oportunidade de crecemento profesional e persoal, e non sempre, ou case nunca, ou só ás veces, unha estrita necesidade. Pero seguímolo facendo, porque quedar dentro é en moitos casos ficar parado, á espera. Como somos unha xeración filla doutra nada nos cincuenta ou nos sesenta, agás casos extremos, contamos case sempre cun apoio familiar que nos permite seguir esperando ata unha idade que noutros tempos se consideraba xa a madurez. Mais ficar acubillado a ver se pasa o temporal, non quere dicir que a nosa vida non pase no entanto.
Así que alí estabamos, domingo pola tarde, chupito en mano (os costumes herdados da nai, que di que o anís alixeira as dixestións), falando do decorrer do tempo mentres mirabamos os carteis que anunciaban as festas nalgunhas vilas próximas sen moita ansia. O Chuco estaba algo canso despois de andar toda a fin de semana de verbenas; como di el: "Son un home orquestra". E ten razón, porque en horarios e en forma de vida non se diferencia moito dos cantantes que van polas vilas amenizando as noites estivais, só que el está detrás da barra atendendo peticións, aturando festeiros trasnoitados e sacándolle horas ao sono para chegar a fin de mes, "e porque vivo cos meus pais...". Agora, así que pase o San Froilán, que como sabemos na provincia, é a nai de todas as festas e, xa que logo, a derradeira, a cousa xa non dará para máis e os mozos terán que ir tirando co aforrado nos meses de verán e coas propinas da máquina tragaperras. Ben mirado, tamén terá máis tempo para si e se cadra aínda volve estudar, que neste país, facer currículo a base de títulos sempre estivo valorado.
"José, pon aí tres chupitos, ho". Ja, eu non pido nada, con un chegaba, pero o Cardhu parece que fai o mesmo efecto nos rapaces traballadores do pueblo que o facebook nos aborrecidos estudantes urbanitas. Sevido o malte, aí seguimos os tres, falando outra vez. Os tres nacimos entre mediados e finais dos oitenta, así que rondamos os vintecinco anos, esa marabillosa idade na que, sen deixar de ser un mozo, xa es un home ou unha muller... ou deberías. Coñecímonos anos atrás, ao mellor xa case dez, nesa outra marabillosa idade na que comezas a descubrir o mundo e pensas que só tes que esperar uns aniños para poñelo por monteira (curiosamente, eses anos adoitan chegar sen aviso e pasan tan discretamente que deixan moitas veces un resabio de melancolía, non polo que foron, senón polo que puideron ter sido, pero ese é outro tema). O Chuco xa andaba daquela detrás das barras e lembro que foi el o que tirou a miña primeira caña; eu, como nena modosa que fun, sempre probei as cousas cun certo retraso, así que con dezasete anos suscitou auténticas gargalladas que nunca tomara unha cervexa. Desde aquela, gardamos o costume de charlar durante un par de horas todos os anos polas festas, e agora que o tempo se está facendo o noso aliado ao poñer en común perspectivas e intereses que antes non casaban, comezamos a descubrir que podemos estar falando durante máis de dúas horas seguidas máis dunha vez ao ano.
Ese domingo foi un deses días, pero a resaca da verbena facía acto de presenza e, ademais, non había demasiada ansia, "porque non hai nada", dicían os dous; "pero se non hai, teremos que facelo, ou?". Silencio.



Sobre o reintegracionismo (3)

Classe de inglés. Interior. Día

Erasmus, indígenas e demais matéria prima animada que nom tem melhor passatempo que passar o tempo numha aula bochornosa e abafante, reunem-se so o fim de "perfeccionar" o seu nível no idioma de George Clooney, por pór um exemplo.

Quatro galeguinhas, cada umha da sua casa, arrejuntamo-nos ao carom dum francés (ulalá, c´était très beau le garçon!) que a duras penas fala espanhol. As galeguinhas perguntamos-lhe em que língua prefere que nos comuniquemos.

- Entendes bem o galego ou prefires que che falemos em espanhol?

- Bueno... mejor español, aunque también hablo portugués, así que si me habláis en gallego podré perfeccionarlo.

(Silence. Le garçon a parlé).