viernes, 19 de noviembre de 2010

Situacións

Xoves, 12 do mediodía, A Coruña. Pablo e máis eu entramos nunha cafetería. Achégase a camareira.
- Un cortado, por favor.
- Outro.
Marcha. Volve cos cafés. Aténdenos amablemente: "Un cortado para la chica... Y un cortado para el caballero. Díganme, entonces, ¿de qué desean hablar?". "Queríamos, simplemente, saber como afecta a crise aos pequenos locais de hostelería a partir da súa experiencia", respondo eu. "Mira -pregunta precavida- ¿y tiene que ser en gallego?". "Non, como prefiras", contesta Pablo. "¡Ah! - responde aliviada- porque yo no soy gallega". "Si, non te preocupes, fala no que queiras. Por certo, como te chamas?". "María Ferreiro". "Pois tes un apelido ben galego, eh!", retrúcalle o Pablo curioso. "Pues no -moi seria- soy inglesa".

jueves, 11 de noviembre de 2010

Educar na casa

Xulio, Ana e Tareixa son tres irmáns de oito, seis e catro anos. Son uns nenos alegres e ben falangueiros que acollen cun alegre sorriso e facendosa actividade a aquel visitante que se achega pola súa casa. Adoitan estar acompañados da súa nai, Raquel, e do seu pai, César, cando este non traballa. A morada é, certamente, un lugar agradable no que un gusta de pasar o tempo descubrindo o mundo. A morada é a súa escola.
Xulio e Ana comezaron o colexio á idade normal de tres anos, pero non conseguiron adaptarse. A rutina, lonxe de fomentar a súa inquedanza natural, paralizábaos, mantíñaos afastados nunha burbulla de coñecementos alleos que lles viñan impostos e polos que, en principio, non amosaban curiosidade. Foi entón cando os pais decidiron educalos eles mesmos, no fogar, e esperar a que se imbuísen dos coñecementos de xeito natural.
Agora, Xulio está aprendendo a ler. As súas irmás pasan o día facendo experimentos, xogando e descubrindo o día a día co seu instinto. Polas tardes fan actividades deportivas e teatro, polo que, lonxe do que se pensa moitas veces, non teñen problemas para se relacionaren con outros nenos; a contrario, non están presionados pola competitividade que se nos fomenta desde pequeniños e que é motivo de lastre de tantas relacións entre crianzas.

En España, a educación na casa non ten recoñecemento legal, pero está admitida. Ata os 15 anos, os nenos poden incorporarse ao sistema tradicional no curso correspondente, e a partir dos 17, examinarse por libre para acceder ao título da ESO ou á formación laboral.
Para máis información:
http://educacionlibre.org/

martes, 9 de noviembre de 2010

Sobre o reintegracionismo (2)

Olympia, cidade grega. Onze da manhá. Visita guiada dum grupo de galegos ao santuário.

RAMIRO. - Es que a mí lo que me jode de los nacionalistas es que ahora vienen aquí con imposiciones. Lo que toda la puta vida han estado haciendo los catalanes, ahora llegan los gallegos y prenteden hacer lo mismo.
Galicia es una región bilingüe y punto, y eso es así le pese a quien le pese. ¿Por qué tengo que hacer yo mi programación en gallego o dar mis clases en gallego?
Y lo de los lusistas ya es el colmo. ¡Venga, hombre! Esos viven en la inopia. Para distanciarse del castellano, acercarse al portugués. Es que si vamos a eso, volvemos al latín y se callan todos esos mierdas.

Ao mesmo tempo, Nina, a guia ateniense que nos acompanha, explica detalhadamente cada umha das lendas que se agocham tras os muros olímpicos.

Pouco depois, um outro grupo de excusionistas vai-se achegando. A guia, que fala em espanhol, dirige-se a nós.

GUIA 2. Hola, buenos días. Buenos días, Nina, ¿qué tal? Estoy con un grupo de portugueses, lo que pasa es que yo no hablo portugués.

NINA (guia 1). - Dirigindo-se aos portugueses.- Boa viagem!

GUIA 2. - Cara aos seus.- Como veis, mi compañera Nina, que está con un grupo de españoles, sí habla portugués. -Cara á Nina- Mejor les dices tú algo, ¿no?

NINA (guia 1). Bom, estes são galegos, que também falam português!

viernes, 5 de noviembre de 2010

Regreso

La casa rezumaba olor a añejo. Pablo Vidal había entrado por última vez hacía entonces treinta años. Apenas recordaba el mantel de hule sobre la mesa en la que había merendado aquella tarde. Era un 20 de abril, del 78. Jugaba con sus primos en las colinas, corriendo y gritando: la gallinita ciega; la pilla; el escondite; paloma blanca, paloma negra... Su madre y sus tías los esperaban en el jardín, preparando batido de plátano y chocolate, galletitas de la abuela y una rica macedonia de frutas. Tenía 5 años.
Ahora regresaba. Un correo de su madre lo había puesto sobre alerta: "Debes volver -decía-, abrir la puerta, mirar todo lo que hay dentro, ponerlo en orden y marcharte otra vez". Regresar para marchar de nuevo. ¿Qué sentido tenía eso? Pablo no lo entendía en sus palabras, habían pasado demasiado tiempo distanciados; sólo su temprana muerte, previo aviso, lo acercó al final a su lado. Fue entonces cuando escuchó de su boca lo que unos días atrás había leído por ordenador: "...abrir la puerta, mirar todo lo que hay dentro, ponerlo en orden y marcharte otra vez". Pero, ¿por qué?
Dos meses después del fallecimiento, Pablo regresó. Abrió la puerta roja con la llave que estaba bajo una losa detrás del pozo. Entró con cuidado, sigilosamente, para no hacer ruido (¿a quién?), miró todo lo que había dentro y lo vio, allí estaba, el mantel de hule sobre el que había merendado treinta años antes cubriendo la vieja mesa de mimbre del jardín. Estaba sucio, olía a chamizo, como todo el interior, y sobre él, un hatajo de cartas se desparramaba hacia ninguna parte. Tendría que cogerlas, abrirlas, ordenarlas según la fecha o el contenido, cerrarlas de nuevo con lacra y marcharse para siempre, pensó. Tal y como le había dicho su madre. Tal y como siempre hizo en la vida.