Ella sonríe con la mirada. Así, sin levantar apenas la comisura de los labios. La veo, de lejos, e incluso cuando más seria parece, una chispa se desprende de sus largas pestañas. A veces trae los ojos pintados, pero no lo necesita, el rímel no les da vivacidad a la que tienen.
Hay gente que tiene cara de permanente enfado, otra que tiene rostro de tristeza perpetua; ella, de alegría infinita. Y sonríe… cuando le preguntan y no sabe, o cuando sabe y contesta humildemente. Podría ser cualquiera, pero es una. Morena, de pelo liso, de ojos marrones y risueños, de nariz chata y respingona, faz ovalada y dos hoyuelos en los mofletes que se acentúan cuando sonríe. Al caminar, sus camisas vaporosas se le deslizan por la cadera dándole un aspecto etéreo, el mismo que manifiesta cuando me toca suavemente un hombro o una mejilla en señal de saludo.
Dice que a veces no nos entiende, que somos muy despegados, independientes. Yo me pregunto, “¿quiénes?” “Los gallegos”, dice, así en general. La verdad es que no creo que haya tantas diferencias. El ser humano es humano por encima de todo, y las historias siempre se repiten, en uno u otro lugar, con uno o más, o distintos protagonistas… Qué más da.
A mí también me gusta hablar con mi madre todos los días, aunque la tengo más cerca. Ella dice que necesita oírla al menos por la noche; a su madre y a toda la familia, y a mí me resulta entrañable.
Ahora está aquí, entre nosotras y algún “nosotro” (algún profesor que se nos cuela en el aula de vez en cuando). Este es universo femenino y para las jóvenes educadas en escuelas mixtas no deja de hacerse extraño, aunque “así se nos evitan tentaciones”, me susurran por aquí cerca. Yo no sé qué pensará ella de este tema, aunque si se lo comento, seguramente sonreirá y me dará la razón. Claro.
A ella le gusta el cine. Supongo. Y escuchar música, leer, salir con su chico, hablar con las amigas y soñar despierta de vez en cuando. Tal vez tenga alguna afición fuera de lo común; en realidad, no sé si comparte alguno de estos pasatiempos que acabo de citar, todos o ninguno. Pero no importa, porque su sonrisa dice más que cualquier enumeración sobre los gustos de las jóvenes de hoy. Parece feliz en la sencillez de su día a día, y esa serenidad la transmite en sus gestos suaves, en su tranquilidad al hablar, escogiendo las palabras que utiliza cuando opina sobre algo.
También la complace escribir historias, de gentes o cosas así... Antes de estar aquí ha pasado cinco años estudiando periodismo, así que esa es una faceta que asume con naturalidad, como parte de sí: noticias, reportajes, crónicas... vida en diferentes formatos, al fin y al cabo.
Ella sonríe a menudo. Hoy ha vuelto a sonreír y me ha dicho: “bos días, Irene”, haciéndome un guiño al hablar mi lengua mientras caminaba segura hacia su asiento. Y es que, a pesar de su juventud, muestra tal seguridad y valentía en sus gestos, que probablemente se estará adaptando con total normalidad a esta nueva tierra e incluso perfilará en su curiosa cabeza algún montaje que cohesione las ideas que se le ocurren sobre las meigas y otras leyendas populares; es muy pícara esa forma de tornear los labios. Pícara… como la vida misma.
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